lunes, 8 de abril de 2013

AVIACIÓN MILITAR DE COMBATE Y ENTRENAMIENTO
Los cambios estratégicos y tecnológicos han marcado un nuevo escenario mundial al que han debido adaptarse las industrias de la defensa imaginativamente.
La industria de defensa es un sector peculiar. Como en cualquier otro negocio,
la toma de decisiones está fuertemente influida por la rentabilidad económica:  los cálculos de costes y las posibilidades de exportación, que son determinantes en la concepción, el desarrollo y la fabricación de un sistema de armas. Pero además, la producción militar tiene unas inevitables consecuencias políticas y estratégicas. El equipo bélico es el soporte material sobre el que se construyen estrategias y, en consecuencia, escenarios de seguridad. Las armas ofrecen opciones de defensa y crean potenciales amenazas; pueden apuntalar la estabilidad de una región o generar desequilibrios que empujen a una confrontación bélica. Sólo bajo esta doble perspectiva es posible comprender la dinámica de la industria de defensa. Su evolución está marcada por las demandas estratégicas y los condicionantes de la dinámica económica. Ambas pueden impulsar a la industria en la misma dirección o generar contradicciones que obliguen a escoger entre seguridad y rentabilidad.
Un tercer parámetro de importancia, la tecnología, gravita sobre todo ello. Su evolución es fundamental en la producción de armamento y tiene connotaciones –de causa y efecto– estratégicas y económicas.
De este modo, la transformación de la producción militar desde el fin de la guerra fría refleja los cambios acontecidos tanto en el escenario estratégico y el sistema económico internacional como en las tecnologías. Las nuevas reglas en ellos han motivado un cambio radical de la industria militar mundial durante la última década.
Todo ello ha afectado especialmente al sector de la aviación militar de caza y, en menor medida, entrenamiento.
El primer factor que ha influido en la evolución reciente de la producción de
defensa ha sido la innovación tecnológica. La revolución técnica ha impulsado
una continua mejora de los equipos en capacidad de detección, alcance,
precisión y letalidad.
Las rápidas mejoras han restado valor estratégico a las versiones menos avanzadas de los sistemas en la medida en que su rendimiento era inferior.
Como consecuencia, los Ejércitos han mantenido una presión constante sobre la industria para obtener equipos modernos y competitivos. De este modo, las empresas se han visto obligadas a mantener un gran esfuerzo de investigación y desarrollo permanente.
La creciente vinculación entre tecnología civil y militar hace más difícil desarrollar una industria de defensa de calidad fuera de un entorno económico y social desarrollado. La capacidad de I+D militar tiende a colapsarse si no se apoya en medios científicos e industriales modernos.
La difusión de la tecnología se ha facilitado además por una creciente desaparición de la barrera entre compradores y vendedores en el mercado mundial de aviación militar. De hecho, la naturaleza de las exportaciones ha tendido a cambiar rápidamente con la generalización de las compensaciones.
Así, aunque se mantienen las ventas de sistemas acabados (adquisiciones off the shelf), los compradores de nivel tecnológico medio o medio-bajo prefieren, cada vez más, alcanzar acuerdos con los suministradores para la fabricación bajo licencia o la coproducción de sistemas de armas muy variados. Los Gobiernos receptores tratan así de potenciar la industria de defensa propia y facilitar el mantenimiento y la reparación de los equipos. Al mismo tiempo, la producción local potencia la economía nacional, convirtiendo el gasto en defensa en una inversión industrial.
Ciertamente, esto complica para el exportador el control de la tecnología que incorpora a los equipos vendidos. Pero, en un mercado cada vez más competitivo, los compradores tienen suficiente fuerza para exigir sustanciosos offsets o, si no, cambiar de suministrador.
La tecnología es vital para luchar en mercados más competitivos.
En determinadas regiones –particularmente en Europa Occidental y la antigua URSS– se han producido reducciones notables de las Fuerzas Armadas y consecuentes disminuciones en el gasto militar. Estas limitaciones presupuestarias se han combinado con un incremento de los costes unitarios de los sistemas, en la medida en que éstos se han sofisticado y han repercutido las fuertes inversiones realizadas por las empresas en investigación y desarrollo.
Como respuesta, las compañías han apostado por intensificar sus exportaciones y establecer programas de cooperación con sus contrapartes de otros países aliados para compartir los gastos de concepción y producción de nuevos sistemas. Estas medidas se han hecho particularmente urgentes en contextos donde los Gobiernos están aplicando con notable rigidez criterios de rentabilidad económica, resistiéndose a mantener con fondos públicos empresas que no alcanzan un mínimo equilibrio financiero por sí mismas.
La modernización de plataformas se ha convertido en una actividad industrial en auge, basada en la posibilidad técnica de actualizar sistemas viejos con nuevos componentes. Es el caso de cazas con aviónica modernizada, como los A-4 Skyhawk entregados por EE.UU a Argentina.
Un buen número de compañías han centrado una parte importante de su negocio en esta actividad; Israel Aircraft Industries (IAI), por ejemplo, es conocida por su reconversión de los Mirage III en los mucho más potentes Kfir.
Un segundo nivel de demanda ha partido de Estados que han querido dotarse
de medios militares modernos para ganar status internacional, asegurar su influencia regional o protegerse de vecinos amenazadores. Estos planteamientos han animado adquisiciones de sistemas de tecnología mediaalta y alta en el Este asiático y Oriente Medio y ciertas zonas de África y América Latina.
Por último, EE.UU., la Unión Europea y otros países occidentales se enfrentan a una doble demanda. Por un lado, la necesidad de contar con una capacidad de intervención fuera de sus fronteras para proteger sus intereses y promover los valores que sustentan sus sociedades. Por otro, la presión de sus opiniones públicas que respaldan las acciones exteriores, pero sólo con un escaso coste de vidas propias y un escrupuloso respeto a los principios humanitarios. Frente a estas difíciles condiciones, los países han respondido invirtiendo en tecnologías que aseguran una fuerte capacidad de disuasión y una ventaja aplastante para obtener un éxito militar a bajo coste en un eventual conflicto. Inversión que se ha visto reflejada especialmente en el sector de aviación de caza y entrenamiento.

Sada Heredia

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